lunes, 19 de marzo de 2012

Las malas juntas en los jóvenes


Demasiadas veces encuentro presente el temor de los padres de que sus hijos tan amados se puedan alejar de las buenas costumbres y se vayan por caminos de vicios y malas juntas. Esos temores son provocados en exageración a causa de tanta información que circula en los medios de comunicación y por algunos casos que hemos visto en familias cercanas. Los medios de comunicación son especialistas en ubicar en primera plana todo lo malo de la sociedad y los jóvenes no están fuera de este contexto. Debido a esta influencia, muchos padres se imaginan que su hijo(a) se podría descarriar solo debido a que se junta con amigos que lo puedan inducir o arrastrar a formas de vida extrañas o alejadas de su bien.

Según nosotros, las malas juntas son aquellos amigos que nuestros hijos pueden tener, cuyas costumbres y comportamientos no están ceñidos a la moral y las buenas costumbres. Dependiendo de nuestro grado de miedo, podemos ver malas juntas en muchos de los amigos de nuestros hijos, provocando mucha tensión al interior de la familia y fomentando la falta de confianza entre padres e hijos.

No podemos negar que existe la posibilidad de que nuestros hijos se vayan por mal camino, pero no será precisamente por la calidad de sus amigos. Existen  vacios de compresión y contención dentro de sus familias, espacialmente de parte de los padres,  que podrían poner en riesgo el bienestar de los hijos y son estos en realidad los responsables de que ellos puedan elegir hacer una vida rodeados de personas que no aportarán nada bueno para ellos.

Los jóvenes que se sienten presionados, abandonados, ahogados, criticados y cuestionados por parte de sus padres, preferirán compartir su vida con cualquier otra persona que sea capaz de escucharlos y darles un poco de atención. Si los jóvenes no encuentran una persona equilibrada que los pueda sostener es esta adversidad, tendrán el riesgo de juntarse con personas no convenientes, debido a que su nivel de vibración se encuentra muy bajo. Esta es la razón de que se unan a grupos o amigos que tienen baja vibración, en ellos encuentran resonancia. Un joven que se siente apoyado y amado por sus padres, tendrá una alta estima. Esta le permitirá moverse por la vida en forma más libre y segura, uniéndose a amigos y grupos que vibren en esa resonancia.

Ningún joven que se sienta perfectamente amado, respetado y honrado por sus padres (o por quien cuide de él), será susceptible de ser arrastrado a ningún lado que él no se pueda permitir. Un joven bien  equilibrado emocionalmente y espiritualmente podrá juntarse con otros jóvenes con infinidad de problemas emocionales, o de cualquier tipo, solo para tratar de ayudarlos a salir de allí. Este joven no podría caer porque sus bases se encuentran fuertes y solidas en el amor de sus padres.  Un joven que se encuentra débil  tendrá la necesidad de buscar a sus pares para completarse y por resonancia sus pares estarán tan débiles como él.

El equilibrio emocional y espiritual de un joven es alcanzado a muy temprana edad. Después de los 7 años de edad, ya han quedado marcados sus niveles de autoestima. Esto significa que los problemas que podamos visualizar en los jóvenes se han creado antes de los 7 años de edad y solo estamos viendo las consecuencias de lo que fue experimentado y almacenado en su interior hasta entonces.

Cuando los padres critican a sus hijos por sus malas juntas, ya ha pasado mucha agua bajo el puente. Para revertir esta situación, hay que hacer un doble trabajo, volver atrás, a reconstruir todo el daño emocional acumulado en esa mente tan joven que ya carga con un cumulo de dolor a veces tan inadvertido por sus padres.
El amor a nuestros hijos a veces nos puede jugar una mala pasada si no tenemos la delicadeza de ir viendo, analizando y cuidando las etapas que viven nuestros hijos. La temprana edad es muy importante para que ellos crezcan fortalecidos y sanos interiormente. Los padres siempre actuamos lo mejor que podemos y muchas veces nos ha fallado algo. Si así ha sucedido, tenemos la posibilidad de revertirlo cuando estemos dispuestos. No existen problemas que no se puedan resolver, pero hay que dedicarse a hacerlo. No sirve de mucho culpar y castigar. Esto puede hacer que la situación empeore a niveles insoportables.

Los jóvenes, aunque puedan estar muy dolidos con sus padres, son seres maravillosos. Siempre estarán dispuestos a perdonar, siempre. Si se tiene una buena conversación con ellos en paz, armonía y respeto, ellos serán los primeros en estar dispuestos a darte un abrazo y un beso. Ellos siempre están esperando a que las cosas mejoren, ellos siempre están dispuestos, mucho más que los adultos. Y cuando ellos perdonan lo hacen de verdad, no guardan rencor, ellos olvidan todo y te amarán mucho más si tienes la grandeza de reconocer que alguna vez te equivocaste.

Los hijos y los padres estanos en una escuela, la escuela de la vida. Ambos podemos aprender de ambos. Aunque seamos adultos podemos alguna vez estar equivocados en relación a nuestros hijos.

Patricia González
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martes, 13 de marzo de 2012

Cuando los niños no quieren comer


Es legítima la preocupación de los padres cuando ven que sus hijos se resisten a comer o simplemente no quieren ingerir alimento ninguno. Los padres saben que si un cuerpo físico no es alimentado se debilitará o enfermará y eso genera mucho temor. Con mayor razón si se trata de nuestros hijos pequeños. Por lo general, los padres se sienten muy angustiados y esta angustia se apodera de su calma hasta hacer saber al niño que se está brindando una verdadera batalla entre que “comes o te enfermas”.

Un niño es un Ser que puede decidir dejar de comer por varias razones. Por lo general, un niño que se resiste a comer está expresando una protesta que nada tiene que ver con querer enfermar, todo lo contrario, está queriendo informar que algo no está bien en su ambiente y quiere que eso se haga notar. Esto tiene una connotación absolutamente diferente a nuestra preocupación, el niño está queriendo colaborar para hacer su vida más llevadera y no tiene ninguna intención de deteriorar su salud.

Algunos niños pueden resistirse a comer cuando enfrentan alguna situación muy complicada. Cuando advertimos que nuestros hijos no se sienten bien, que están más apagaditos o con bajo ánimo, podemos comenzar la búsqueda de esos inconvenientes y tratar de subsanar esas circunstancias que los hacen sufrir. Este estado, que puede afectar su apetito, puede provenir de varias fuentes: un ambiente poco amoroso en su hogar, desarmonía entre sus padres o los integrantes de la familia, angustia por alguna situación que lo está dañando y tantas más. Ellos son muy sensibles a su medio ambiente y serán afectados por cualquier situación incómoda, desagradable o de deshonra en  su contra.

Si al contrario, vemos que nuestros hijos corren, ríen, bailan, cantan y se desenvuelven vibrantes y felices hasta que llega la hora de comer, entonces el mensaje está muy claro. Están expresando una molestia que se relaciona más directamente con la tensión que se pudo haber instalado cada vez que llega la hora de comer.

Descartando problemas mayores, la tensión que se produce a la hora de la comida pudo haberse gestado en episodios esporádicos que se fueron acrecentando en el tiempo debido a la preocupación de los padres.  Es posible que en un inicio, el niño se resistiera a comer cierto tipo de alimentos porque su cuerpo está más conectado con su Ser Superior y tiene esa claridad para saber qué es lo que no necesita seguir ingiriendo.

Los niños pueden llegar a saber que ciertos alimentos no son tan nutritivos para ellos por contener un alto grado de componentes químicos que no son beneficiosos para su cuerpo, cosa que a los adultos se nos hace más difícil advertir. Algunas veces ellos necesitan dejar de tomar la leche u otro alimento por unos cuantos días porque su cuerpo tiene suficiente nutrición en ese aspecto y ya no lo necesita o requieren un reposo para eliminar sus excesos. Ellos saben mejor que nosotros lo que necesitan comer, pero nosotros creemos que es al revés.

Cuando un niño se siente satisfecho con algún alimento que ha sido muy repetitivo, puede negarse a injerirlo en forma natural. Los padres tienen la tendencia a creer que algo grave le pasa y por lo general acuden al médico de inmediato, el que también puede no advertir de lo que se trata en su profundidad. Si los padres se angustian mucho debido a esta situación, los niños lo sentirán también. Ellos, más que nadie, perciben absolutamente todas las energías que los adultos están emitiendo y sin ninguna duda que advertirán que existe algún problema con la comida. El niño no sabrá muy bien de qué se trata, pero entenderá que él tiene algún problema con la comida. Cuando el niño comienza a creer que tiene problemas con la comida, se producen trastornos y desordenes de la alimentación, como desear comer golosinas u picar a deshora.

En suma, dependiendo de la angustia de los padres, esta situación puede crecer y crecer a niveles muy traumáticos. Lo vi en mi familia, recuerdo que una de mis hermanas menores no quería comer en la cantidad deseada por mis padres y el solo hecho de presenciar la cantidad de energía negativa que se respiraba cada vez que le llegaba la hora de comer, hacia que hasta a mi me dieran ganas de correr y huir del lugar para nunca más volver. Para mis padres esto era manera de amarla, era una muestra de preocupación y cuidados, pero para mi hermana era una verdadera tortura que nunca hubiera querido vivir.

Los niños que están sanos y que se resisten a comer simplemente están expresando una verdad muy grande que hace algunos años leí en las palabras de OSHO: “El alimento para un ser humano no es la comida, sino el amor”. Esa frase me hizo comprender como los padres podemos confundir el deseo de ayudar a los hijos en su alimentación, con un deseo convulsivo de que querer alimentarlos aunque sea contra su voluntad.

Un niño normal que se resiste a comer puede volver a recuperar sus deseos de alimentarse normalmente cuando se vuelva a restablecer la armonía, la paz y el amor a la hora de sentarse a la mesa y enfrentar el plato de comida. La hora de comer puede transformarse en una agradable reunión, muy útil para comunicar el gran respeto que se tiene frente a ese ser humano pequeño, al igual que atendemos a un adulto invitado de honor a nuestra mesa. Podemos ofrecerle comidas diferentes, preparadas diferentes, adornadas con colores, aromáticas y en atrayentes platos, pero lo que es más importante, que sea servida y compartida con tanto amor que sea éste el verdadero alimento que estamos entregando. Este es el ingrediente principal.

No es difícil conquistar a un niño para saborear delicias preparadas  y servidas con amor. Podemos integrarlos en su preparación y también podemos aceptar sus opiniones al respecto. Podemos afinar el odio a percibir cuales son aquellos alimentos que el niño mas apetece de consumir y también comprender que es necesario variarlos de acuerdo a sus necesidades. Evidentemente que se requiere paciencia y tiempo, pero ese es otro asunto.

Patricia González
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domingo, 4 de marzo de 2012

El mundo de los niños pequeños


Cuando somos niños, somos capaces de ver un poco mas allá de lo que hacemos cuando somos adultos. Es posible que algunos adultos recuerden algunas escenas de su niñez conversando con seres sutiles como ángeles o gnomos. Hay personas que recuerdan haber visto los colores del aura de las personas y también hay adultos que recuerdan haber visto las manchas de la usencia de amor en los adultos que les generaba mucho miedo (yo recuerdo eso).

Cuando llegamos a este mundo lo hacemos en un alto estado de pureza y nos resulta muy fácil  vivir plenamente en el presente. Esa condición de vivir en el ahora nos permite tener una mirada más clara de la realidad y tenemos fácil acceso a la verdad. Algunos niños tienen la posibilidad de disfrutar de su mundo mágico por un buen tiempo y otros son rápidamente adaptados a la sociedad. Pero la gran mayoría de nosotros llegamos a la edad adulta sumergidos plenamente en lo que se supone que es la realidad, una realidad sin magia y donde solo existe la lógica.

Debido al condicionamiento que ya han adoptado los adultos, creamos la sociedad con todas sus reglas y normas. Rápidamente nos esforzamos por enfocar a nuestros hijos en la lucha por un lugar en este mundo y deseamos que abandonen sus alucinaciones lo más pronto posible. Tanto es así, que si un niño demora más de la cuenta en dejar de ver los colores de las auras de las personas o si sigue viendo “cosas raras”, lo llevamos al médico desesperados y los tratamos como enfermos. Al poco tiempo de tratamiento médico o terapias ya nos aseguramos de que esté normal, mirando tal cual miran todos los adultos (o la gran mayoría de ellos).

Un niño pequeño no tiene referencias para filtrar sus experiencias, él solo las vive. Todo lo que le dicen sus padres se convierte en su verdad, al extremo de que si le enseñan que robar es la única manera de vivir, él lo aceptará, solo porque sus padres así se lo dijeron.

Si la sociedad aun no puede superar la pobreza, las enfermedades, los sufrimientos y tantas otras cosas, es porque aun no hemos aprendido a alinearnos con la verdad. Podemos decir que los niños nos podrían enseñar cómo llegar allí con mucha facilidad, pero nosotros pensamos que ellos están enfermos. Quizás por eso Jesús dijo: “seáis como los niños”.

Los padres tenemos mucho que aprender de los niños y cada vez nos acercamos mas a ese momento en que dejemos de programar a nuestros hijos para que hagan y se comporten como nosotros les decimos que lo hagan, creyendo que si no nos obedecen ellos se verán perjudicados. No comprendemos que los más perjudicados somos nosotros  al no aprender de ellos.

Ellos saben que su lugar en el mundo está asegurado, no tienen miedo a experimentar, miran a todas las personas con amor, no tienen prejuicios y creen todo los que les decimos. Los padres nos convertimos en su máxima referencia y jamás dudan de que eso que les estamos transmitiendo sea un error, aunque a veces les resulte muy doloroso de aceptar y aun en medio de su sufrimiento lo aceptarán.

Solo cuando llegamos a la edad adulta y no nos agrada ver los resultados de todo lo que hemos creado en base a lo que nos enseñaron, logramos advertir que nuestros padres estaban equivocados.  Cuando nos damos cuenta de esto, podemos pasar por una tristeza inmensa, por mucha rabia, por una negación a perdonar, pero en suma, la tarea es dejar de ensañar lo que aprendimos de la sociedad a nuestros hijos. Este proceso no es motivo de sufrimiento, más bien es un motivo para sentirse muy dichosos. El mundo será mejor cada vez que un ser humano concluye que lo que aprendió puede ser mejorado y el mundo quedará más feliz después de su aporte. Eso es el amor. Por eso cada Ser que viene a este mundo tiene un papel de vital importancia en la evolución y por eso este mundo quedará mejor después de su partida.

En todas las etapas de nuestra niñez somos directamente influenciados por nuestra madre (o la persona que cuida de nosotros). Ella nos revela el mundo y si el mundo de nuestra madre se encuentra afectado por la angustia, el temor o la rabia, esto será traspasado a su hijo en forma directa. El niño pequeño puede enfermar solo por estar en ese ambiente. Si un adulto enferma cuando cree encontrarse en un ambiente hostil, el niño también se enfermará cuando el mundo hostil de su madre le sea mostrado. Por esta razón, un niño puede recuperase de sus enfermedades solo con la recuperación del equilibrio emocional y espiritual de su madre. Ellos experimentan un desequilibrio cuando los alejamos de la verdad y lo recuperan cuando los alineamos al amor. Nadie puede enfermar cuando vivimos plenos y felices.

Como padres podemos facilitar la vida y el desarrollo de nuestros hijos. El amor a nuestros hijos nos guía siempre. El amor nos puede informar claramente si vamos enfocados o no a la verdad de la vida. La felicidad en el rostro de nuestros hijos será la mejor prueba de que así está sucediendo.

Patricia González
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