Es natural que los padres deseen la
felicidad y el éxito a sus hijos. También es natural que dediquemos nuestros pensamientos
a tratar de descubrir qué enseñanzas transmitirles, qué recomendaciones
hacerles y qué hacer para que ellos disfruten de su vida. Los hijos siempre nos
presentan nuevos escenarios y mientras más crecen, más amplio se hace el
abanico de los temas involucrados. Muchas veces nos sentimos poco preparados
para tanta tarea.
No podemos desconocer que la
responsabilidad de criar a nuestros hijos nos puede desvelar, pero también es
verdad que tanto ellos, como nosotros, no nos encontramos en esta vida por
casualidad. Los hijos elijen a sus padres para experimentar ciertas
circunstancias como aprendizaje de sus almas y los padres se convierten en
colaboradores para ese aprendizaje. Se produce una sinergia que está orientada
a superar ciertas limitaciones arrastradas por el clan familiar. Estas limitaciones
no son problemas que se han interpuesto para evitar la felicidad de ambas
partes, más bien, son peldaños que antes no fueron superados y que se presentan
nuevamente para que esta vez sí puedan ser superados.
Así, cada hijo que viene al mundo
traerá una misión para sanar heridas heredadas de la familia o para colaborar a
la superación de ciertas limitaciones que aun están pendientes, de tal manera,
que todos los inconvenientes que nos encontremos en la crianza de los hijos es
perfectamente entendible y explicable si descubrimos cual es esa misión.
Cuando nos encontramos con desafíos
difíciles con los hijos, tenemos la tendencia a sentirnos culpables como
padres, pensando que algo hemos hecho mal. Sin embargo, desde una perspectiva
mas elevada, eso era justamente lo que se esperaba que sucediera y la meta se
trasforma en analizar los temas y tratar de comprender el contexto completo de
la familia que puede venir arrastrándose hasta de una cuarta generación. Todo inconveniente vivido en esta generación
familiar es consecuencia de anteriores emociones y experiencias evaluadas como
negativas que se vivieron antiguamente, que quedaron estancadas y sin aclarar.
Algunas son muy livianas y muy fáciles de superar, pero otras son muy densas y
profundas.
Cada situación que se nos presente
con los hijos tiene una historia que la sustenta. Es de vital importancia darse
cuenta de que ninguna de las dos partes está haciendo algo erróneo o cometiendo
un pecado. Simplemente se trata de un desencadenante natural. En todos los
casos no existen culpables, ni por parte de los hijos, ni por parte de los
padres. Quedarse atrapados en las culpas y en los juicios solo retrasa el aprendizaje
y la evolución. La vida no espera que nos quedemos detenidos, a ella le
interesa que logremos superarnos y que aportemos con nuestro granito de arena a
la felicidad de nuestros hijos y la sanación de todos, incluyendo a los padres
y hasta las anteriores generaciones.
De estas situaciones nacen las
misiones de vida. Dependiendo de cada desafío, se presentan oportunidades para
trabajar, para crecer, para comprender, para aceptar y/o perdonar lo que había
quedado atascado. La dicha de los hijos y la dicha de los padres quedan al
alcance de la mano si comprendemos que nuestra tarea consiste en ser capaces de
solucionar y de sanar. Sea como sea el problema que pensemos tener en la
crianza de los hijos, éste en realidad no es un problema. Es el impulso de la
vida que nos introduce una meta que cumplir. Todo desafío entonces se convierte
en una oportunidad para crecer, en una única y exclusiva posibilidad de ser
felices. Todo desafío superado se trasforma en dicha, una dicha que no puede provenir
de ninguna otra actividad humana. Toda misión cumplida nos aporta una dicha
indescriptible.
Tanto para los padres, como para los
hijos, no existen razones para sufrir. Aun sin haber terminado de comprender
cuales son las soluciones a los problemas, podemos descansar y sentirnos
tranquilos porque nada de lo que sucede es una sorpresa desagradable de la
vida, ni de los hijos, ni de los padres. Más bien son las consecuencias de lo
que ya venía disponible para trabajarse. Entonces, poner manos a la obra es la
única salida. Cada paso en la solución y en la sanación, va aportando dicha al
camino.
Cuando aceptamos que todo lo que
sucede es para un fin superior, no perdemos la perspectiva y nos podemos orientar
en las verdaderas soluciones. Tratar de presionar a los hijos para que hagan o
para que no hagan, es inútil. Es más asertivo tratar de comprender por qué
sucede todo eso y cuál es el mensaje que trae esta situación. Lo mismo con los
padres, culpar, juzgar y odiar a los padres por tal o cual razón detiene el proceso
de sanación. Es más útil tratar de comprender cuál es la lección que se esconde
detrás de todo ese drama. Todo lo que sucede tiene una razón y una finalidad. Al
fin de cuentas, esa es la misión, se trata de descubrirla y sanar.
Cuando comenzamos a ver los sucesos familiares
con los ojos del entendimiento, las cosas se aclaran y dejamos de desvelarnos
por las noches. La claridad nos aporta serenidad y con ella somos más
inteligentes. Con la inteligencia descubrimos el propósito y con ella la
felicidad para todos.
Patricia González
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