jueves, 27 de octubre de 2011

Una nueva relación con los hijos



Nuestros hijos vienen al mundo terrenal siendo nosotros los portadores de la vida biológica, pero además, siendo el medio para que esa alma tenga una oportunidad de practicarse a si misma, en forma libre e independiente.

Nuestros hijos nos eligen como sus padres, seguramente para encontrar las situaciones que han deseado trabajar en la nueva encarnación. Ellos, tal como nosotros, ya han venido varias veces  a la tierra o quizás vengan de otros mundos. El caso es, que vienen a vivir la experiencia de la vida terrenal y nosotros, los padres, solo seremos sus compañeros de viaje.

Este viaje de aprendizaje no solo le corresponde a los hijos, también nos corresponde a nosotros los adultos. Los que hemos sido padres, nos hemos dado cuenta de que en ellos vemos reflejados varios de nuestros comportamientos y varios de nuestros pensamientos, sean agradables o no. Nos vemos reflejados en ellos y se nos presenta la oportunidad de hacer algunos cambios, cuando lo que vemos puede ser mejorado.

En realidad, jamás hemos cometido errores en la convivencia o en la educación de los hijos.  Todas las situaciones que se viven con ellos, son las que corresponde haber vivido y no hay motivo para sentir culpa ni arrepentimiento. La experiencia  de ser padres nos deja a la vista un sinfín de aprendizajes que podemos tomar o desechar. Si los tomamos habremos aprovechado la oportunidad para crecer. Se requiere tanto amor y tanta paciencia, pero la experiencia es extraordinaria.

No existen los padres perfectos, tampoco los hijos perfectos. Como todo en esta vida, se trata de caminar juntos en el aprendizaje y nada más. Quizás lo más importante y lo más difícil de todo será aprender a honrarnos a nosotros mismos y a nuestros hijos. Honrarnos es una tarea pendiente. Tenemos la tendencia a quejarnos, criticarnos y juzgarnos  mutuamente, los hijos contra los padres y viceversa.

Para los padres resulta muy difícil comprender que los hijos son libres de ser, experimentar y expandirse según sus dones naturales. Muchas veces optamos por la pesada e indiciosa tarea de controlar y exigir que ellos se desarrollen de acuerdo a nuestros intereses. La mayoría de las veces estos intereses son nuestros propios sueños frustrados. A veces queremos evitar que ellos sufran las mismas situaciones complicadas y dolorosas que nosotros vivimos en el pasado y les rallamos la chancha para que ellos se conduzcan desde nuestras experiencias y no facilitamos las suyas propias que pueden ser tan distintas  a las vividas por nosotros.

Estas situaciones son increíblemente complejas. Es muy difícil amar a nuestros hijos con una amor que les de la libertad para volar hacia donde ellos quieran. Nuestros miedos se hacen presentes y lejos de ser el apoyo que necesitan para su propio desarrollo, nos empeñamos en querer protegerlos y evitarles los inconvenientes que creemos, ellos, puedan tener. Influenciados por esos miedos introducimos una y mil condiciones y normas, para pretender regular las líneas de su desarrollo. Jamás alguien mas como un niño escucha tantos “no” y tan seguidos. Cada uno de esos “no” queda grabado en su mente para siempre y en la vida adulta pesan enormemente para el logro de cualquier objetivo.

Los hijos siempre sabrán cuando nos estamos entrometiendo en sus vidas más de la cuenta.  Muchas veces ellos nos hacen saber su sentir con sus quejas y también, muchas veces, les hemos dicho que su apreciación no es correcta, basados en que ellos no tienen la experiencia que nosotros tenemos.

Los hijos pueden recibir nuestra experiencia, la necesitan, pero no necesitan nuestra presión e intromisión en sus temas personales.  Podemos aportar entusiasmo y motivación, pero no necesitan exigencias. Ellos requieren contar con  todo lo que hemos vivido como padres, pero no para imitarnos, sino, para superarnos. Ellos lo harán mejor que nosotros, porque la evolución lo necesita. Si esperamos que los hijos hagan solo lo que nosotros les indicamos, este objetivo no se logrará. Cuando hacemos eso, ellos lo perciben y se expresan con rebeldía.

La rebeldía es un valor de los jóvenes. Ellos tienen la inmensa tarea de perfeccionar todo lo que han hecho sus padres y podemos confiar en que lo harán. Están mas conectados a su corazón, están mas claros, están mas libres de la programación mental y pueden escuchar a su ser superior con mucha facilidad. Ellos pueden darte consejos increíbles si pones atención a sus palabras inspiradas en lo superior. Tratar de detenerlos no será posible, tratar de entenderlos tampoco. Solo amarlos por su valor de querer hacerse cargo de los siguientes peldaños de la evolución de la humanidad.

Es tan increíble el hecho de que muchos padres, sintiendo que sus vidas son poco felices, exigen a sus hijos que sigan el mismo camino. En esto se basa la utilización de los fármacos que recetamos a los niños de hoy, para hacerlos más dominables. Los niños sienten que lo que se les está dando es aburrido y añejo, ellos quieren y necesitan nuevas fronteras. Para hacerlos encajar dentro de nuestra visión, nuestros planes y los requerimientos de la sociedad, los cedamos.

Nuestros hijos aceptan todo lo que queremos imponerles por amor y solo por amor a sus padres.  Se pueden quejar, pero en la mayoría de los casos ellos reciben lo que decidimos darle. Los padres que despiertan a la nueva conciencia tienen la oportunidad de reconocer qué enseñanzas ya no sirven y podrán dejar de trasmitirlas a sus hijos. Los padres que ya han descubierto el inmenso retraso y dolor que produce el sentimiento de culpa, entre otros sentimientos inútiles, dejarán de transmitirla a sus hijos y se encargaran de hacer todo lo posible por revisarse antes de querer imponer otros sentimientos no deseados por experiencia propia. Ellos se habrán dado cuenta que existen varios conceptos que ya no sirven para aportar a la felicidad de nadie y mucho menos a la felicidad de sus hijos.

Castigar a un hijo para que sea feliz es una increíble contradicción que solo queda presente en la mente de una persona que aun no despierta y no sabe lo que está haciendo. Así como esta contradicción hay muchas más que podemos superar con mucho amor, hacia uno mismo y a nuestros hijos.

Los hijos no requieren que sus padres sean perfectos, ellos solo requieren la posibilidad de crecer juntos en armonía, atravesando cada uno de los desafíos que se presenten con una inmensa paciencia y un profundo  amor.

Patricia González.
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