Nuestros hijos son seres divinos que
vienen a experimentar su propio camino, el que puede no coincidir con nuestras aspiraciones.
Nuestras expectativas hacia ellos a veces nos impulsan a crear planes diseñados
con mucho detalle y otras veces no tanto, pero, generalmente se encuentran
ubicadas en algún escenario de lo que pensamos que es bueno para ellos.
La mayoría de los padres tienen
presente, en su corazón y en su mente, algunas líneas conductoras para educar a
sus hijos de tal manera que aseguren su bienestar y su adaptación al medio
social y laboral cuando sean adultos. Algunos padres pueden ser muy relajados a
la hora de implantar sus propias anhelos, ideas y planes para sus hijos y otros
serán extraentemente exigentes en este sentido. Sin embargo, lo cierto es que los
hijos serán muy influenciados por los padres se quiera o no y en forma consciente
o inconsciente. Los padres, a su vez, han sido influenciados por sus propios padres
y la cadena que recae en la educación de los hijos viene a extenderse más allá
de lo que puede estar al alcance de nuestra corta visión.
Cada familia es un mundo en sí mismo,
ninguna igual a la otra. La crianza de los hijos es una aventura que puede darnos
resultados sorprendentes o también muchas veces desalentadores si no consideramos toda la
historia que viene transmitida detrás de lo que podemos observar, originada de
generación en generación. Cada núcleo familiar carga con muchas experiencias,
agradables y desagradables, traumáticas y valerosas, afortunadas y
desafortunadas, las que crean un ambiente muy particular a cada niño. Sin embargo,
cada niño viene a vivir exactamente esa experiencia, bajo esas condiciones y
esas influencias.
Si los hijos no calzan con lo que
esperábamos de ellos, eso está perfecto así. Esto no quiere decir que eso sea
lo mejor para ellos y para los padres, solo quiere decir que esos inconvenientes
que se puedan presentar serán los obstáculos adecuados para sacar a relucir el
poder interior que cada uno de ellos trae consigo. Así la vida se ha
manifestado en ellos para venir a aportar con su propia visón y misión, para
mejorar la evolución de la humanidad. Si se aborda esto con sabiduría, el mundo
quedará mejor después de haber superado las lecciones que esto pueda
presentarnos. El dolor que se puede experimentar en estas situaciones puede ser
el mejor compañero de viaje, si con él y por él, nos decidimos a avanzar más allá
de las formas aparentes y superar las viejas e inútiles cargas de las antiguas
generaciones.
Sea lo que sea que le sucede a
nuestros hijos, desde lo que llamamos más fuerte como suicidio, drogadicción o
violaciones, hasta lo que llamamos más leve como obesidad, mal comportamiento,
vagancia, nerviosismo, baja autoestima y otros, tiene una explicación lógica
basada en la evolución de la conciencia. En realidad no pasa nada más grave que
tener al frente de nuestros ojos la posibilidad de limpiar las energías de baja
vibración acumuladas y heredadas de muchas experiencias pasadas. Si algunas
familias ya no viven estos sucesos tan intensamente, es porque han ido haciendo
el trabajo más adelantadas que otras, pero todos nos tendremos que dar a la
tarea, sin importar el tiempo que se requiera en ello, hasta conseguir el paso
a otra más amorosa y evolucionada forma de vida.
Los hijos no son los responsables
directos de lo que les esté ocurriendo en este momento, es la evolución. Aquí
no existen culpables de ningún tipo, pero existe la posibilidad de aportar
soluciones, avances, logros, limpieza, entendimiento y evolución a grandes
problemas arrastrados en las constelaciones familiares. Si dejamos de lado esta
oportunidad, la vida la volverá a presentar nuevamente en nuevos hijos que
vendrán a intentar alcanzar lo que antes no se logró, repitiendo las historias
hasta que alguno de ellos, en conjunto con su padres, se haga cargo y le de punto final a tal situación.
El libro Un Curso de Milagros dice
“la salvación del mundo depende de ti”. En el fondo, detrás de cada papel que
interpretamos en la familia, como padres o hijos, se encuentra ese SER
inmutable que puede cumplir con semejante responsabilidad de salvar al mundo.
Ninguno es culpable ni pecador y todos somos portadores del amor del Padre que
desea sanar las heridas que aun acostumbramos a hacemos unos con otros.
Cuando los hijos no son lo que hemos
esperado que sean, existen poderosas razones que sustentan este hecho.
Presionar, culpar, cuestionar, criticar, juzgar y castigar a los hijos por
estas situaciones no colabora a su resolución, más bien se perpetuán o las
empeora. La resolución de temas tan profundos como estos pasa por abrirse al
entendimiento y por llevar la claridad de la luz a la maraña que los sostienen.
Los primeros rayos de luz nos mostraran a nuestros hijos como grandes seres
divinos y perfectos tratando de realizar una tarea pendiente que posiblemente
nosotros como padres no hemos podido trascender aun. A través de ellos podemos
ver lo que falta por completar en el rompecabezas de la vida, nos presentan una
nueva posibilidad para actuar y mejorar lo que falta por mejorar. Ellos
reflejan como espejos lo que aun nos queda pendiente por sanar en la familia.
Los siguientes rayos de luz traerán un nuevo amanecer.
Patricia González
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