miércoles, 10 de octubre de 2012

La misión de los hijos



Es natural que los padres deseen la felicidad y el éxito a sus hijos. También es natural que dediquemos nuestros pensamientos a tratar de descubrir qué enseñanzas transmitirles, qué recomendaciones hacerles y qué hacer para que ellos disfruten de su vida. Los hijos siempre nos presentan nuevos escenarios y mientras más crecen, más amplio se hace el abanico de los temas involucrados. Muchas veces nos sentimos poco preparados para tanta tarea.

No podemos desconocer que la responsabilidad de criar a nuestros hijos nos puede desvelar, pero también es verdad que tanto ellos, como nosotros, no nos encontramos en esta vida por casualidad. Los hijos elijen a sus padres para experimentar ciertas circunstancias como aprendizaje de sus almas y los padres se convierten en colaboradores para ese aprendizaje. Se produce una sinergia que está orientada a superar ciertas limitaciones arrastradas por el clan familiar. Estas limitaciones no son problemas que se han interpuesto para evitar la felicidad de ambas partes, más bien, son peldaños que antes no fueron superados y que se presentan nuevamente para que esta vez sí puedan ser superados.

Así, cada hijo que viene al mundo traerá una misión para sanar heridas heredadas de la familia o para colaborar a la superación de ciertas limitaciones que aun están pendientes, de tal manera, que todos los inconvenientes que nos encontremos en la crianza de los hijos es perfectamente entendible y explicable si descubrimos cual es esa misión.

Cuando nos encontramos con desafíos difíciles con los hijos, tenemos la tendencia a sentirnos culpables como padres, pensando que algo hemos hecho mal. Sin embargo, desde una perspectiva mas elevada, eso era justamente lo que se esperaba que sucediera y la meta se trasforma en analizar los temas y tratar de comprender el contexto completo de la familia que puede venir arrastrándose hasta de una cuarta generación.  Todo inconveniente vivido en esta generación familiar es consecuencia de anteriores emociones y experiencias evaluadas como negativas que se vivieron antiguamente, que quedaron estancadas y sin aclarar. Algunas son muy livianas y muy fáciles de superar, pero otras son muy densas y profundas.

Cada situación que se nos presente con los hijos tiene una historia que la sustenta. Es de vital importancia darse cuenta de que ninguna de las dos partes está haciendo algo erróneo o cometiendo un pecado. Simplemente se trata de un desencadenante natural. En todos los casos no existen culpables, ni por parte de los hijos, ni por parte de los padres. Quedarse atrapados en las culpas y en los juicios solo retrasa el aprendizaje y la evolución. La vida no espera que nos quedemos detenidos, a ella le interesa que logremos superarnos y que aportemos con nuestro granito de arena a la felicidad de nuestros hijos y la sanación de todos, incluyendo a los padres y hasta las anteriores generaciones.

De estas situaciones nacen las misiones de vida. Dependiendo de cada desafío, se presentan oportunidades para trabajar, para crecer, para comprender, para aceptar y/o perdonar lo que había quedado atascado. La dicha de los hijos y la dicha de los padres quedan al alcance de la mano si comprendemos que nuestra tarea consiste en ser capaces de solucionar y de sanar. Sea como sea el problema que pensemos tener en la crianza de los hijos, éste en realidad no es un problema. Es el impulso de la vida que nos introduce una meta que cumplir. Todo desafío entonces se convierte en una oportunidad para crecer, en una única y exclusiva posibilidad de ser felices. Todo desafío superado se trasforma en dicha, una dicha que no puede provenir de ninguna otra actividad humana. Toda misión cumplida nos aporta una dicha indescriptible.

Tanto para los padres, como para los hijos, no existen razones para sufrir. Aun sin haber terminado de comprender cuales son las soluciones a los problemas, podemos descansar y sentirnos tranquilos porque nada de lo que sucede es una sorpresa desagradable de la vida, ni de los hijos, ni de los padres. Más bien son las consecuencias de lo que ya venía disponible para trabajarse. Entonces, poner manos a la obra es la única salida. Cada paso en la solución y en la sanación, va aportando dicha al camino.

Cuando aceptamos que todo lo que sucede es para un fin superior, no perdemos la perspectiva y nos podemos orientar en las verdaderas soluciones. Tratar de presionar a los hijos para que hagan o para que no hagan, es inútil. Es más asertivo tratar de comprender por qué sucede todo eso y cuál es el mensaje que trae esta situación. Lo mismo con los padres, culpar, juzgar y odiar a los padres por tal o cual razón detiene el proceso de sanación. Es más útil tratar de comprender cuál es la lección que se esconde detrás de todo ese drama. Todo lo que sucede tiene una razón y una finalidad. Al fin de cuentas, esa es la misión, se trata de descubrirla y sanar.

Cuando comenzamos a ver los sucesos familiares con los ojos del entendimiento, las cosas se aclaran y dejamos de desvelarnos por las noches. La claridad nos aporta serenidad y con ella somos más inteligentes. Con la inteligencia descubrimos el propósito y con ella la felicidad para todos.

Patricia González
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